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Mostrando entradas de septiembre, 2020

Consuelo del iluso

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  Sabe el milagro a ruta imposible, ácida y dulce, poesía de lo hallado, centella que danza sobre camino cruzado, estrella que canta melodía inasible. Es soporte de viento y misterio vibrante, jauría reclamando soles y ocasos, pañuelo que borra señal del fracaso, lectura de sal que desvela al amante. Crece en las tardes y muere en las cenas, desahucio que el hombre mastica cansado, frialdad en el pecho y colmillo afilado, reto que yace sobre tiempo de arena. Pero quien sueña interpreta el dolor como llamas que sugieren batalla, empeño de fuego que de pronto estalla y venera las chispas que promete el calor.

Esta supervivencia

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Perdoné el crimen de tu boca, la alevosía de cada beso sin licencia, apurando anocheceres de luciérnagas inquietas. Y mi perdón fue tan honesto, tan profundo y certero, que casi me he olvidado de las miserias de nuestros labios, absorbiéndose con urgente y deletérea intención. Perdoné la alegría y el ruido, la alborotadora presencia de tus pies en el salón y la fugaz primavera que albergaban tus ojos. Aún no sé cómo pude hacerlo, cómo fui capaz de aparcar el odio y los reclamos del pecho cuando, a voces y rompiendo el mobiliario, juraba que te arrancaría del afecto. Sin embargo, sigues ahí, en el rincón de los amores tibios y los abrazos del arraigo. Ahora sólo me acuerdo del dibujo de tu boca, no de las injurias proferidas; de la risa y la armonía de tus luces, no de la amargura de tus sombras; del vuelo valiente que ofrecían tus pupilas, no de las promesas rotas. Así es como he logrado sobrevivir.

Hay criaturas

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  En el pabellón del deseo el aire es denso y nebuloso, humedad blanca asfixiante. Las promesas que uno se hace a sí mismo en ese lugar comienzan siendo de verde primavera, sumidas en el mayo salvaje de las caricias gratuitas. Sin embargo, a medida que los años pasan, la noche va instalándose con mortal cachaza, rumiando, con débil esperanza, el recuerdo cansado de las hojas que vestían el árbol soñador, seco y pobre ahora que al fin se abrieron los ojos. Algunas veces en medio de la atmósfera marchita surgen criaturas sublimes que se deslizan gráciles sobre las superficies, declarando la guerra al polvo y la opacidad reinante. Y baten las alas renovando el aire en un ejercicio de intacta poesía, ajenas a las rejas invisibles. Déjalas que vuelen, que ventilen el cuarto con su arte de fábula, aunque mañana vuelva la niebla enceguecedora; aunque mañana ni siquiera sea posible respirar.

Altura

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  Crece, hiedra salvaje, elévate hasta donde alcancen tus hojas. Ignora hosquedades, piedras y vendaval, que para cuando rujan las antífonas como perros rabiosos tú ya no podrás oírlas.

La caja

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Cárcel fría que adormece los sentidos, no dejes que entren las voces del fondo, las que lloran al otro lado. Rezos y pañuelos nada pueden hacer contra ti, caja oscura de impuesta ceguera. Ahora el mundo es negro, opacidad gélida que se incrusta en los párpados. Por mayores hipidos o lamentos que esmeren mis plañideras, no habrá respuesta del cielo. ¿Quién espera que la pala inmunda con que abrieron este agujero acabe transformándose en una herramienta heroica, la que traerá de vuelta las tardes rosas y el ruido de tren? No, eso no sucederá. Hoy todo es acre, tierra pesada que ahoga cada tramo de libertad. Poco espacio para la costumbre; poca suerte de delirio y ruedas. Nútranse entonces los huesos de sombra y humedad hasta que el tiempo traiga el silencio del consuelo.

Sigue lloviendo

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Llueve sobre mis hombros en esta ladera desnuda, vacía de afectos y bondades. Llueve sobre las piedras, que brillan plateadas al desamparo de esta tarde gris e indolente. Desde aquí lucen cual cabezas de niños tristes que reclaman al cielo un poco de piedad. Y me pregunto entonces si alguna vez los veré reír. ¿Quién llamará al sol para que frene este desastre? ¿Quién sembrará esta tierra, ahora fragmento del abandono? ¿Quién secará la superficie de esas piedras que lloran ahogadas, temiendo mirar al cielo? En el infierno no hay llamas. Aquí llueve todos los días. Lluvia que corre ladera abajo, alimento del barro. Llueve. Sigue cayendo agua sobre las piedras. Sigue lloviendo sobre mojado.  

Volver

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  Trae la bahía abrazo de sal y atardecer. Danza de la marea, salvaje y platina, susurra tu palabra de piel cristalina rebeliones de arte que no pueden ser. Y al amparo de la tarde, cual revolución marina, surgen gigantes de quiebro y de sed, sendas de aire que remueven la fe, barcos que florecen bajo aguas prohibidas. Así es el misterio que guarda esta red: la que muele el alma con tediosa rutina, la que torna en milagro esta ruina perdida, beso de mar que promete volver.

Auroras

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  Condenadas auroras, con su obligada tarea de surgir cada mañana, tan ajenas a los problemas de la gente. Quiebran la negrura reinante con total impunidad, irrumpiendo cual visita indeseable a través de ventanas y párpados de la pereza. ¿Y qué sucede entonces? Que se despierta la calle, ensordecedora y maquiavélica, sin duda planeando un modo nuevo de entretenerse a costa de los viandantes, quienes fingen aislamiento a propósito, ajenos a dichas y dolores; al margen de la vida y la muerte. Corren días de angustia, de guerras y soledades, aunque la gente no parece preocupada. Enfocan sus delgadas ilusiones en domingos sueltos y alguna que otra moneda. Me pregunto si las auroras son conscientes de este hecho, si saben de antemano que al salir serán cómplices de ese alimento cruel, de la promesa vacua que convence a los esclavos a seguir saliendo, día tras día, a enfrentarse al huracán del odioso asfalto. ¿Sabrán acaso ellas que interrumpen el sueño para tornarlo en pesadilla viva? ¿Sabr

Ojos que no ven

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Ojos del tiempo que capturan sin saber cada impacto del mundo en su descenso. Se diría acaso que es capricho del universo sufrir cegueras, aunque podamos ver.

Contrariado silencio

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  Aguacero de metal caliente  recorre el interior de mi boca,  sangre hirviendo a contracorriente  mientras el corazón se desboca.  ¡Qué desorden almacena el torrente! Tan desaforado, tragando derrota.  Niño curioso que abraza imprudente,   angustia que, en vano, sofoca.   ¿Qué pasará mañana cuando, valiente, me domine el verso de vergüenza rota?  ¿Acaso la voz surgirá potente?   ¿Acaso volverá en un eco de roca?  Qué importará el murmullo de la gente  si la verdad en silencio desangra y trastoca.  Montaña de sed que abate insolente, justicia salvaje que mi alma invoca. 

Una lectura inacabada

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Leerte era una dicha, con tus páginas repletas de ácidos afectos, tu locura y hasta el mal humor. Siempre fuiste un libro intrigante, de esos que prometen un giro inesperado y final de robusta gloria; codicia para ávidos lectores. Sin embargo, ahora sólo hallo hojas borrosas, un tomo inacabado que refleja lobreguez cuya tinta marchita y papel amarillo se ahogan en decepción...  ¿Acaso estás condenado a perecer cubierto de polvo, podrido de humedad? ¿Alguien te arrojará al corazón de una hoguera de llamas desquiciadas hasta volverte ceniza ordinaria? Fuiste un libro amigo, mi delicioso manual de pasiones y ese verbo preciado que sigo recitando, a pesar de lo añejo, a pesar del dolor. Aún huelo cada página y palpo cada letra esperando, en vano, apreciar algún latido. ¿Qué será de ti, libro de idioma extinto, cuando certifiquen esta muerte? ¿Qué será de mí cuando mis ojos, ciegos y malditos, hayan dejado de leerte? 

La ciudad de fuego

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  La ciudad de fuego --- Y el amor... El amor acariciaba franco, sin enigmas ni dobleces, igual que la voz de un padre henchido de orgullo. No había contratos ni bienes que separar. No había cuerdas que marcaran los límites. El amor surgía de las entrañas vehemente, criatura alada que no teme ser vista, que no ofrece leyes ni pactos porque sabe que sólo ella da sentido a las cosas. El amor era la pluma y el papel, la sábana y el colchón, el aire y los pulmones. El amor era principio y fin. Nunca reparé en la belleza de esas cosas. Viví encorsetada creyendo que había que aceptar el destino tal como surgiera, sin cuestionarlo ni prevenirlo. Urgía un cambio en mi manera de pensar, y no porque fuera infeliz, sino porque nunca fui consciente de este hecho. Me emocionó saber que todo aquello no se trataba de una utopía frágil, que no era el residuo de un onirismo desordenado y azaroso. La ciudad de fuego se alzaba imponente, elevada gracias a un manifiesto de designios cuyo objetivo era volv

Tu boca

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  Tu boca en llamas, incendio avivado y tentador, amenaza con un beso a la mía, hojarasca presta al fuego abrasador.

Lo que queda después

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  Me atraviesas hoy, soledad,  disfrazada de consuelo  y sublime primavera.   Y sonríen las aceras  exhibiendo sus pañuelos  de impoluta castidad.     Me atraviesas hoy, desazón,  músculo vacío de gloria  y pacto envilecido,  pronunciando el estallido  que mastican las auroras  ocultas en el corazón.      Me atraviesas hoy, dolor,  con murmullo de fiesta  y música de patraña,  por mucho que las entrañas  lloren mil protestas  al rescatar su olor.     Me atraviesas hoy, hastío,  resbalando en hondonadas  que no conocen fin.  El mundo ahora es así: un circuito hacia la nada,  ruina flotando en el vacío. 

Perdiendo la razón

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  Tu cabello es secreto al aire desnudo,   tinta que flota cual delirio incierto   dibujando camino eterno hasta tu pecho,   delicada caída sobre los hombros rudos.   Cada fibra urge a descubrir lo impuro,   semilla que nutre tu boca en esta cama   y germina en la mía con un verbo silente,   invoca el estallido de guerra y de flama,   y gritas, y dueles, y las ruinas advierten   que ahora tus manos mi cuerpo reclaman, pero tal vez mañana no lo recuerden.   Es tu cabello sentencia que domina,   la promesa oscura de perfecta comunión. Polvo estelar y conjunción divina   cuyo empeño es arrancarme la razón. 

La ceguera irremediable

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  Siempre me gustaron las estampas grises, los días otoñales con sus mañanas frías y las ventanas cargadas de humedad. Tal vez fue eso lo que me atrajo hasta ti, lo que encontré encantador de tu persona. El agua ha entumecido la mitad de mi cuerpo, cada vez más pesado, como un yelmo al que le urge llegar hasta el fondo. El canto de tu voz a lo lejos, residual y engañoso, me impulsa a seguir avanzando, a pesar del oleaje, a pesar de mi cansancio. Y ahora llueve. La tormenta empeora al tiempo que mis piernas no responden. Tiemblo, me castañetean los dientes, la piel se arruga. El corazón se parte. Miles de fragmentos flotan en el agua, esparcidos como puntos que refulgen tímidamente antes de acabar a la deriva. Palpo a mi alrededor, temiendo perderlos para siempre, y sucede lo temido: me ahogo. La corriente me arrastra y tira de mí con tal ahínco, tan desaforado es su arrebato, que creo que me romperé de un momento a otro. Sin embargo, qué dicha acariciar tu mano en el descenso, tan tibi

La casa inhabitable

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  El dibujo de la pared ya no sonríe. No logro recordar las formas amables que dedicaba el papel pintado, tan alegre, tan vivo. Las bocas curvadas que reían a nuestro alrededor ahora permanecen calladas y esbozando una mueca de desencanto. Los muebles, en cambio, están más habladores que nunca. Vociferan todo el tiempo, blandiendo un cuchillo insoportable que lleva tu nombre grabado. Y el armario, con su odio atronador, se empeña en repetir a todas horas que tu parte está vacía. Te extrañan. Por las noches oigo cómo lloran sin consuelo. Cada crujido, por tímido que sea, habla de ti, velándote, soñando tu regreso. Y me agreden. El suelo, las cortinas, la mesa del comedor y hasta el patio me culpan de tu ausencia. No sé muy bien qué esperan de mí. Ojalá supiera cómo hacerles callar. Ojalá las cosas no te quisieran tanto. Ojalá no te quisieran como yo.

Memoria cruel de los objetos

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  Tiene gracia que algunos objetos se conviertan en talismanes que exhibimos al mundo, orgullosos de lo que representan. Otros, en cambio, son guardados en gavetas olvidadas, al lado de otros cachivaches que en realidad nunca tuvieron demasiada trascendencia. Mezclamos lo inútil, lo que sobra y hasta molesta, por no encajar en ningún patrón práctico, con lo doloroso, los objetos a los que siempre me he referido como «esas cosas crueles». Y lo hacemos porque nos trasladan a otros momentos de la vida, a veces cargados de poesía, a veces llenos de odio. Aun así, me parece fascinante la enorme presión que pueden ejercer sobre nosotros, sea porque nos inspiran una insoportable nostalgia, sea porque nos recuerdan a alguien que nos traicionó o simplemente alguien que quisiéramos borrar de la memoria. Sin embargo, no los desechamos. Les adjudicamos un rincón de las manías, una especie de agujero negro localizable que nos causa melancolía y rechazo a partes iguales, como si de algún modo dejára

Por si acaso

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  Por si acaso el alma está compuesta de fragmentos que delatan las verdades y mentiras, firmemos un tratado de desnudez sobre la carne, sobre los huesos. Quiero ser testigo de tu imperfecta armonía, aun cuando seamos polvo mortal bajo la tierra.

Ese algo

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  Hay algo en tu voz que me reclama,  la cadencia divina de un destierro anhelado,  el tacto de la brisa en un día agotador. Hay algo encerrado en tus ojos que me llama,  la promesa de caminos y cielo estrellado, la caricia de un amanecer reparador.   Hay algo escondido en el fulgor de esa flama,  la que arde en tu pecho cual infierno acusado,  fuego inconsciente, pero abrasador.   Hay algo de mí atado al cabecero de tu cama,  sueño vívido de fe y vestigios del pasado  son la soga en este juego retador.  

Duendes reparadores

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  Hay personas que pasan por nuestras vidas y la restauran, como duendes reparadores armados de hilos y agujas. No siempre es posible hacer remiendos en el pecho, pero se agradece igualmente que alguien te sujete la mano mientras te desangras. Ni siquiera es necesario que esos duendes digan nada, te conformas con que estén, que no es poco. Es una suerte haberme topado con alguno, teniendo en cuenta que no abundan y que además su magia no siempre surte efecto.     Aun así, a veces uno tarda en darse cuenta de su naturaleza y eso le proporciona incertidumbre a la experiencia. ¿Debo confiar en esta nueva identidad que me he encontrado en el camino? Ah, la eterna duda…    Nunca se me han dado bien las personas. De verdad que he intentado comprenderlas y empaparme de sus virtudes para hallar lógica en sus defectos, pero cada vez que me acerco lo justo para comprobar de qué están rellenas me atraviesan con esa frialdad inesperada, la misma que surge tras un chaparrón en noviembre. Quizá por

Lo que respiro

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  Baila el viento con los abedules,  presos lánguidos de la tarde de abril  que acarician tímidos cielos azules  con el abrazo de un amante febril.   Ríe la brisa con su paso agitado,  carcajada liviana de residuo vibrante,  capricho de huracán enajenado  que detiene el andar del caminante.   Ruge y canta entre zarpazos de tierra, cruce que amenaza el silencio hostil  entre brumas y polvo de guerra. Así es el aire que respiro por ti.

Los versos ocultos

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  Hoy me acosa un verso torpe, de esos cuyas tormentas estallan en hileras y someten a los dioses creativos, cosiéndoles las bocas para que no canten sus artes. Tal vez sea porque al final he decidido, o más bien he comprendido que, por mucho que lo intente, no hallaré el modo de abrir ciertas puertas. Es curioso cómo nos empeñamos, cómo sufrimos la sal en los cortes y hundimos nuestros cráneos en el suelo con tal de obtener una clave, la palabra sanadora, el códice con todas las respuestas a las preguntas impertinentes, las que no nos dejan dormir.   Hoy me acosa un verso absurdo, y sé que es sólo por capricho, la ridícula promesa de un universo plagado de caricias y pan. Pero no puedo culparlo… ¿Quién no querría tal cosa? Fuimos hechos para la vanidad, el deseo y la muerte. Y siento que no hay semántica para las almas rotas. Podemos estar exentos de muchas emociones, pero nunca de esos tres demonios déspotas.   Hoy me acosa un verso esclavo. Otra vez. Cómo me gustaría abrazarlo y hac

A cambio

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  Te doy mi beso de fiebre ingrávida y primavera perenne.    Y mi sed, vigor de llama desnuda y mano sin guante.   Tuyo es el vientre, hogar de mariposa incierta que revolotea risueña si aspira tu aroma.   Te doy mis piernas, y todos los caminos andados. Y la piel, con sus accidentadas cicatrices.   Para ti mi voz, verbo frágil e imprudente que sentencia cada ruina del pecho.   Te regalo la caricia, la ilusión de un infante que toca las cosas por vez primera. Y también el perfume de las casas que he habitado.   Te doy la almohada y el colchón, el hueco de mis brazos, la última gota de miel.   Te ofrezco las frases de los mejores libros, las melodías de canciones hechiceras, y hasta la fe escondida en los rincones optimistas.   Te doy los sueños, el lado oculto de mis aurículas y ventrículos, la nostalgia y el empeño, y todas las cosas que perdí.     A cambio, sólo quiero tu amor.  

No quedó más

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  Puñado de arena que escapa de los dedos. Promesa de beso inconsciente perdido en la bruma. Frágil y ermitaño consuelo de madrugada, y denso principio de la teoría de un amor pequeño, casi invisible. Sed voluble que crece y mengua como una marea ruidosa que arrastra todo consigo. Artesano que fragua estelas de cristal a su antojo. Conjunto de cometas en el limbo y horizonte inexpugnable. Tonada de lujuria y caricia incompleta guardada entre los brazos del ceño fruncido. Conjuro de lo incierto, secreto entre ruinas, navaja roma y techo de hojas. Polvo en los estantes y oración mecánica. Símbolo de carne que no se puede desear. Papel impregnado de tintas prohibidas que el viento del sur se llevó para siempre.  Eso fue todo. No quedó más.

Una lucha interna

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  Arenas movedizas son tus pupilas,  estela inquieta de polvo marrón  que promete extirpar la razón  y remueve las aguas tranquilas.   Hoy florece de nuevo el corazón,  mitad esquivo, mitad sonriente;  piedra que lucha contra la corriente  y acaba envuelta en un ciclón.   Ojalá practicara un verbo valiente  para recitarte poesías que escondo,  secreto mortal desde el fondo  que mantiene la sangre caliente.

Necedades humanas

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  El golpe siempre llega. Por más que lo anticipemos acaba dándonos un gancho directo al ego, con intención humillante. Y nos engañamos a nosotros mismos pensando: «esto servirá para no cometer el mismo error en el futuro». Pero es mentira. Es como si alguien nos hubiera definido para el fiasco, para la eterna decepción. Continuaremos en ese tramo peligroso y lleno de baches incómodos a pesar de que existe una bifurcación segura; una indefectiblemente más estable y placentera. Y lloraremos, porque eso se nos da muy bien. ¿Qué sería de la existencia si nos privaran de los tan aclamados pozos del consuelo? Uno puede ocultarse en ellos hasta que extrañe la luz del sol, y para cuando vuelve a salir ya se ha olvidado del golpe que lo condujo someterse a la oscuridad.   Aun así, eso tiene un coste para el corazón. Y alguno ya ha perdido nitidez y consistencia en el suyo a base de dejar que otros lo manoseen sin pudor. La realidad es que, por más ungüentos o caricias que uno pueda procurarse,

Fe, tiempo y otras cuestiones

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  La mayoría de las veces el paso de los años sirve para mejorar las cosas, para llevarlas a su máximo nivel. Sin embargo, hay circunstancias bellas que surgen de repente, deliciosamente súbitas. Y no siempre se posee el tiempo exacto para corroborar si son buenas o no, así que nos lanzamos desnudos y sin paracaídas desde lo alto de un rascacielos sintiendo que, por una vez, debemos confiar en el instinto, aunque tengamos una tendencia insaciable a equivocarnos.   Yo estaba convencida de que para hallar algunas certezas había que dejar que «el tiempo pusiera las cosas en su lugar», frase que ha servido de escudo —y también de excusa— a lo largo de mi vida en más ocasiones de las que puedo contar. En cambio, ahora no estoy tan segura de ello, quizá porque al tachar los últimos días del calendario me he dado cuenta de que ya no soy una niña y que, cuando menos lo espere, ya no podré permitirme confiar en el tiempo para comprobar la validez de algunas cosas o si éstas siguen una ruta adec

Aire

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  Yo soy el aire invisible que se posa en las superficies, a veces sanador, a veces iracundo. Ráfaga que eriza la piel y despeina a ratos, y también viento que arranca raíces de árboles de solidez antigua. No puedes verme, ni tocarme. No sabrás cuándo, pero te besaré con el tacto sutil de una tarde de verano, y te envolverán mis brazos de sorpresa cálida mientras te preguntas qué clase de dicha te absorbe. Así será mi amor, fresco y arrebatado, gratuidad inconsciente que despejará nubes y residuo sucio de tu corazón herido.  

La única certeza

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  Es el tiempo un puñal en las entrañas, manantial de plazos que oscurece cualquier arma de esperanza. Es el tiempo quien sujeta una guadaña. Es ocaso y sol que resplandece; es agosto y remembranza. Tiene el tiempo una quimera, surtidor de besos y palabras que se agotan como arena. Y esa angustia desespera, pues, al llegar el alba… ¡Qué ácida condena! Luz y sombra de elegía, puede que un romance en verso, la tonada lujuriosa del lamento, fe y penumbra en herejía contrariando al Universo; ¡cuán injusto es el paso del tiempo!

Costumbres que me atan a ti

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  Querida Valeria: Esta mañana he vuelto a hacer café para dos. Supongo que a ciertas alturas de la vida resulta imposible aparcar algunas costumbres, esas que, de añejas, cobran el mismo tono que las páginas de un libro viejo. Después de arrojar la bebida por el desagüe, maldiciendo a mi conciencia no por olvidadiza sino por castigadora, me dejé arrastrar por la luz de tu recuerdo. De pronto te vi cruzando el pasillo, aún somnolienta y con el pijama de flores, y me sentí afortunado, vibrante, más vivo que nunca. Luego abriste las ventanas y hablaste de la costa, de lo mucho que la extrañabas y de tu intención de volver allí por vacaciones. Siempre lo dejábamos para otro momento, probablemente desde la arrogancia que confiere dar las cosas por sentado. Y busqué entonces tus fotos, envuelto en una sensación fértil, casi divina. Palpé con ternura la instantánea en que apareces vestida de azul, con el cabello revuelto por culpa de la brisa otoñal. Tu belleza sonreía descarada, subl