Duendes reparadores


 

Hay personas que pasan por nuestras vidas y la restauran, como duendes reparadores armados de hilos y agujas. No siempre es posible hacer remiendos en el pecho, pero se agradece igualmente que alguien te sujete la mano mientras te desangras. Ni siquiera es necesario que esos duendes digan nada, te conformas con que estén, que no es poco. Es una suerte haberme topado con alguno, teniendo en cuenta que no abundan y que además su magia no siempre surte efecto.  
 
Aun así, a veces uno tarda en darse cuenta de su naturaleza y eso le proporciona incertidumbre a la experiencia. ¿Debo confiar en esta nueva identidad que me he encontrado en el camino? Ah, la eterna duda… 
 
Nunca se me han dado bien las personas. De verdad que he intentado comprenderlas y empaparme de sus virtudes para hallar lógica en sus defectos, pero cada vez que me acerco lo justo para comprobar de qué están rellenas me atraviesan con esa frialdad inesperada, la misma que surge tras un chaparrón en noviembre. Quizá por eso saber que existen duendes reparadores resulta un consuelo, e incluso encuentro poético no saber qué está pasando en sus cabezas, aunque eso implique llevarme una sorpresa más adelante. A veces es sólo cuestión de capturar ese momento de magia sin detenerse a hacer análisis de cada frase o cada mirada. Vivir es más sencillo de lo que creemos, claro que a ciertas edades es harto complicado cambiar tendencias…  
 
No obstante, qué bueno es saber que no todo son sujetos vacíos de temperamento abstracto. Qué bueno es saber que uno también puede ser duende reparador si se lo propone. Es cuestión de aprender a coser.  
 

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