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Mostrando entradas de noviembre, 2020

V

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La lengua de hercúleos poderes continúa mintiendo en la plaza, mientras la carne de los creyentes se seca a la intemperie, soñando acuarelas en el horizonte en lugar de las inertes cartulinas de ocres y negros.  Arrastrados sobre piedras, los cuerpos aguardan promesa de besos y fuentes en los desiertos de hastío que soplan fuego al corazón.  Los muertos entre llamas se rebelan contra el verbo trapacero. Sus cenizas suspendidas en el aire claman venganza, esperando aguacero de cuchillos afilados. Los vivos siguen en la plaza, atendiendo al discurso febril de la lengua que asesina sólo con hablar. Entretanto, los muertos flotan mudos, como partículas que nadie quiere respirar por temor al dolor de las verdades.  

IV

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  Se atoran los verbos de queja en las bocas, deambulando torpes entre lenguas y chasquidos de disconformidad. Hoy se conjugan como almas apretadas en el transporte público, empujándose unas a otras. Pero ahora que la ofensa se antepone al pensamiento, las filas de dientes son muros infranqueables, y nuestros yoes, prisioneros en una cárcel de carne, son forzados a callar. ¿Desde cuándo un verbo, por sangrante e indecente que sea, no puede salir a la calle? Hoy vivimos entre madejas que limitan la razón. Las ciudades se construyen con hilos y agujas, inspiradas gracias al ruido de los pasos de la multitud sobre el pavimento, todos al mismo compás. Grises ciudades donde cualquier color derramado por accidente se considera un crimen. Y también son grises las bocas y los ojos y las manos y los pies. Gris es la fe y también el entendimiento. El gris se derrama denso sobre parques y aceras, opacando soles y robando hojas al bosque. El gris es dictadura y opresión en el pecho, intoxicada

La fiera caníbal

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  Alcé la vista y entonces la vi atravesando el bosque, dejando tras de sí un reguero de sangre negruzco y maloliente. Supe poco después que la sangre no era suya, sino de alguien a quien había matado horas atrás. Corría comiéndose el brazo putrefacto de un sujeto que a esas alturas ya estaría muerto, un pobre incauto que al igual que yo se encontraba en el lugar equivocado. Me cuestioné entonces si merecía la pena adentrarme en el pinar, de bella presencia bajo la luz matinal pero un mausoleo de ramas y cortezas para seres sin brazos ni piernas, inocentes que yacían sin cráneos sobre montones de hojas secas a la espera de un pacto con los elementos que, despacio y con una crueldad heladora, desnudarían sus huesos, convirtiéndolos en la morada de insectos y otras alimañas antes de fundirse en el terreno como polvo inexacto de algo que una vez conoció los sinsabores propios de la vida. Hace rato que intento recordar los motivos que me condujeron a seguir el rastro de la fiera caníbal… ¿

III

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Hablan tus ojos en esta tarde vacía, entre álamos blancos y nogales desnudos que tiemblan al sufrir la caricia del dios invernal. Cuentan tus ojos la condena que los adormece poco a poco, entre oraciones ciegas y reclamos al verano, intentando avivar el incendio de eróticos bullicios, donde una vez se fundieron tus entrañas y las mías. Traen tus ojos la sentencia de una muerte, como si la tiniebla del desencanto hubiera hincado el diente feroz sobre tu lecho; como si la lluvia del cansancio hubiera inundado la habitación. Lloran tus ojos entre nieves de sensatez. Lloran los míos ante troncos mojados tras el diluvio. Juntos lloramos por no poder prender de nuevo el fuego, por aceptar la tormenta del fracaso.