Los versos ocultos

 

Hoy me acosa un verso torpe, de esos cuyas tormentas estallan en hileras y someten a los dioses creativos, cosiéndoles las bocas para que no canten sus artes. Tal vez sea porque al final he decidido, o más bien he comprendido que, por mucho que lo intente, no hallaré el modo de abrir ciertas puertas. Es curioso cómo nos empeñamos, cómo sufrimos la sal en los cortes y hundimos nuestros cráneos en el suelo con tal de obtener una clave, la palabra sanadora, el códice con todas las respuestas a las preguntas impertinentes, las que no nos dejan dormir.  

Hoy me acosa un verso absurdo, y sé que es sólo por capricho, la ridícula promesa de un universo plagado de caricias y pan. Pero no puedo culparlo… ¿Quién no querría tal cosa? Fuimos hechos para la vanidad, el deseo y la muerte. Y siento que no hay semántica para las almas rotas. Podemos estar exentos de muchas emociones, pero nunca de esos tres demonios déspotas.  

Hoy me acosa un verso esclavo. Otra vez. Cómo me gustaría abrazarlo y hacerle comprender que hay poemas condenados al fracaso, que hay fragmentos de tinta sin destino que destellan al fondo de eso que llaman cielo. ¿Cómo le explico yo, a mi verso infantil, que hay cosas que jamás podrá probar? ¿Cómo hacerlo dejando intacta su inocencia? 

Hoy me acosa un verso invisible, pero sé que está ahí, manchándose los dedos con el hollín restante de cada fuego que alguna vez albergué. Sigue sujeto a la perversión que implican los sueños, y me temo que arrancarlo será una tarea extenuante.  

Hoy me acosa un verso de fatiga, siniestro y polvoriento. Bestia descolorida que no se cansa de rumiar los odios. Ojalá pudiera matarlo. Ojalá me permitiera darle un baño de bondad y unirlo a todas esas otras líneas de belleza, las más frescas, las del intelecto ágil. Pero se resbala entre los dedos dejando rastro de ceniza en el aire, volviéndolo irrespirable e incomprensible.  

Hoy me acosa un verso oscuro. O quizá sea un monstruo burlón que se aburre entre mis costillas. Aun así, no cedo a su chantaje. Me resisto a complacerle porque sé que, una vez me rinda, mis versos nunca más volverán a ser de luz.  

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