LA VIDA QUE NUNCA TUVE
Hace unos días, el guapérrimo J. Mendoza decidió obsequiar a
sus lectores con un relato y me pareció una oportunidad perfecta para descubrir
su arte. “La vida que nunca tuve” es una lectura breve pero intensa, y nos presenta
la vida de Izarbe, una mujer que intenta reconstruirse tras la muerte de su
marido, y para ello toma la decisión de adoptar a Bruno, un niño sin identidad
conocida, a quien espera llenar de amor y propósito. Sin embargo, la
tranquilidad que busca Izarbe se ve interrumpida cuando un cadáver aparece en
un jardín cercano, situación que la conduce a cuestionar la delgada línea entre
la cordura y el delirio.
La historia mantiene el equilibrio perfecto entre emoción,
misterio y esas notitas de terror que tanto me gustan. Y uno de sus puntos
fuertes es el ritmo. Aquí no hay espacio para el aburrimiento; en cada página, la
atmósfera logra mantenerte en constante tensión. Además, las escenas oscuras
son especialmente llamativas, muy fáciles de visualizar. Hay una riqueza estética
y emocional en estas partes que hacen que la trama sea inquietante casi de una
forma poética. No falta el toque sombrío y aterrador, elementos con los que
J. Mendoza te deja claro que sabe manejar el thriller.
También dibuja con gran acierto la dualidad de la especie
humana, que puede ser tan maravillosa como terrible. Izarbe está desesperada,
se siente sola, digamos que representa esa identidad vulnerable frente a las
circunstancias dramáticas que, por desgracia, nos toca vivir alguna que otra
vez. Y, sin embargo, su respuesta ante esto es acoger a un ser indefenso. Creo
que este es un elemento que da profundidad a la historia, una manera de
subrayar cómo las decisiones que tomamos en momentos difíciles sacan a relucir
lo mejor de nosotros mismos, como en el caso de Izarbe, y lo peor también, como
sucede con otros personajes que no te mencionaré para que puedas disfrutar de
este relato sin espóiler.
Y sí, J. Mendoza se guarda una sorpresa para el final con un
giro fantástico, y, por inesperado y bien construido, te obliga a reinterpretar
muchos de los eventos que has leído hasta ese punto. Lo genial es que no resulta
forzado; al contrario, todo encaja de manera sutil y sorprendente.
En cuanto al estilo, J. Mendoza se mantiene fiel a una narrativa clara y precisa, correcta y bien trabajada, con un lenguaje que contribuye a la atmósfera tensa de la historia sin saturarte.
Como no quiero extenderme, ya que hacerlo implicaría contar
más de lo deseable, sólo te diré que “La vida que nunca tuve” es una historia
adictiva, oscura y altamente recomendable para quienes disfrutan de los relatos
de misterio y terror.
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