MADAME BOVARY

 


A ver cómo explico yo lo que me ha pasado con este clásico... Supongo que una buena forma de hacerlo es decir que ha sido una experiencia… ambivalente.

Durante buena parte de la novela —más de la primera mitad— me aburrió soberanamente. Llámame rara, pero cuando se dedica página y media a describir los atuendos de los invitados de una boda, me da por resoplar y contar los minutos que dedico a la lectura.

Sí, lo reconozco: soy una lectora impaciente. Aun así, cuando se trata de clásicos me pongo las gafas de la época y trato de mimetizarme con el entorno y la forma de pensar de los personajes; ni siquiera de esta forma fui capaz de dejarme llevar por el ritmo pausado y esa cotidianidad gris que el autor manifiesta a cada rato en el escenario rural.

Sin embargo, y como suele suceder con los mejores trucos de magia, no fue hasta casi el final que todo cobró una fuerza inesperada gracias a la enorme carga trágica que hace de este un clásico indiscutible y que justificó el sufrimiento de la densidad previa.

Respecto a los personajes, la figura de Emma es tal vez uno de los retratos psicológicos más certeros —y patéticos— de la sociedad del siglo XIX. Flaubert no la trata como una mujer perfecta; no es heroica, ni tampoco una víctima. Es un ser humano desbordado por sus propias fantasías, consumida por una insatisfacción crónica que la conduce a buscar un escape a través de los vínculos equivocados, en su caso, más concretamente, el adulterio y el consumismo extremo. Ella siempre desea lo que no tiene, y ese vacío existencial es lo que podríamos considerar el verdadero villano de la historia.

Por su parte, Charles es prácticamente la antítesis de esto: un hombre sencillo, que se conforma con lo que la vida le ha dado, algo limitado a nivel emocional y que ama sin cuestionamientos. Charles y Emma son tan distintos que rozan lo caricaturesco, y ese es precisamente el punto fuerte de la historia, que sean tan dispares. Flaubert consigue su propósito innegablemente, porque juzgarás los errores de Emma, y sentirás pena por Charles. Y te va a suceder en pleno siglo XXI, por lo que imagínate lo que debieron sentir los lectores de su generación. ¿Cuán distintos somos a ellos? ¿Mucho? ¿Poco? ¿Nada?

La narrativa de Flaubert, más allá de lo que me pudo desesperar en ciertos fragmentos, está cuidada punto por punto. Sólo cuando llegas al final comprendes al cien por cien la motivación de usar cada término; incluso cuando sientes que Emma está disociada de la realidad, sabes que el autor no lo está haciendo gratuitamente, sino con la intención de mostrarte cuán fácil es arruinarte la vida —y la de otros, dicho sea de paso— cuando no eres capaz de equilibrar el deseo y el sentido común. No se trata de renunciar a uno y aferrarte al otro, sino de combinarlos sabiamente.

Te recomiendo leer Madame Bovary, si es que aún no te has animado a hacerlo. Siento que la recompensa de su final es muy superior al tedio de su principio.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA VIDA QUE NUNCA TUVE

LAS SIRENAS NO EXISTEN