IX

 

El dolor te hace más fuerte. O eso dicen. Tenemos la absurda creencia de que el dolor desaparece si menospreciamos los motivos que lo causan, pero no es así. El dolor culmina, a veces, cuando se producen los cambios pertinentes en quien lo sufre. Otras, sin embargo, se aferra a huesos y órganos, atento a cualquier circunstancia que pueda proporcionar cierto alivio, y entonces, como si de un atleta se tratara, corre a toda velocidad para recordar a su pobre víctima que no le corresponde tal consuelo. «Aún no puedes —susurra—. Estás castigado, ¿acaso lo olvidaste?».
El dolor acaba incorporándose a la rutina sin el que el recipiente (porque en eso se convierte la persona, en un simple objeto para almacenar causas y desengaños) se dé cuenta. Y para hacerse hueco, va expulsando todo aquello que le estorbe: alegría, propósitos, ilusión, buenas intenciones… Y le gusta hacer fiestas con sus amigos Rabia e Ira; juntos se dedican a ponerlo todo patas arriba. Y la química, compañera de equilibrio y paz antaño, ahora es un caos de subidas y bajadas, una cómplice más del desastre.
Hay individuos que están inmersos en una constante lucha, por felices que puedan parecer por fuera, por seguros que parezcan de sí mismos. Y muchos de ellos ayudan a otros a deshacerse de sus particulares inquilinos, aun siendo incapaces de expulsar a los propios.
¿Cómo es posible? ¿Acaso los puntos débiles del dolor son distintos según el recipiente? ¿O es que sus deleznables formas ciegan sólo a quien las sufre?
Algunos pueden estar llenos de heridas sangrantes por dentro y practicar el silencio como terapia paliativa mientras tienen la sorprendente capacidad de ver la menor de las grietas en otro ser humano, aunque se trate de un rasguño minúsculo. Se acercan, estudian el daño y, como chamanes que practican un idioma de raros y lejanos orígenes, aplican la magia precisa. ¡Chas! Ya está. Fin del dolor.
Luego volverá a su rutina, carente de sentido y, desangrado, verá las horas pasar tumbado en su sofá, sin remedio ni idioma con que pueda ayudarse a sí mismo. Me pregunto si tal vez él también podrá contar con un chamán que obre milagros.

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