LA CARRETERA

 


No es fácil hablar de “La Carretera” sin que te recorra un escalofrío por todo el cuerpo, y puede que eso la convierta en una lectura demoledora, pero no por ello menos recomendable.

Esta novela postapocalíptica de Cormac McCarthy transcurre en un paisaje literalmente quemado por el efecto de una crisis nuclear. En este contexto, un padre trata de salvar a su hijo emprendiendo un viaje peligroso, ambos rodeados de un paisaje baldío, debilitados por el hambre, descartando agua contaminada y perseguidos por hordas de caníbales.

Bonito panorama, ¿verdad?

Cormac McCarthy narra de forma desgarradora la miseria de estos personajes, ofreciendo un relato brutal acerca del comportamiento humano en situaciones extremas. Al mismo tiempo, es capaz de conmoverte por algo tan básico como universal: el peso de la paternidad.

La historia se desarrolla de manera ininterrumpida, sin capítulos, y creo que esto es completamente intencional, como si ello ayudara a ilustrar de forma más cruda el viaje de este padre y su hijo por un mundo reducido a la desolación. El hecho de no conceder pausas en la lectura hace que te identifiques aún más con los protagonistas, quienes no pueden permitirse ni un descanso en este recorrido lleno de peligros y dificultades.

El texto genera bastante inquietud no sólo por lo evidente, sino porque te proporciona la información justa y necesaria, y eso, por extraño que parezca, es lo mejor de esta lectura. El desconcierto, la sensación de no tener el control sobre lo que está ocurriendo y sentir que no puedes detenerte ni desconectar ni un segundo te proporcionan una experiencia única. Vives sumergido en el pánico que experimenta cualquier ser inerme enfrentándose a la hostilidad de un territorio brumoso, envuelto en confusión, enfermedad, hambre y violencia. Así es como Cormac McCarthy logra anular tu alegría.

El personaje del niño es un rayo de luz en medio de la oscuridad, lo único que motiva al padre a seguir viviendo. Este planteamiento está incrustado en nuestro código genético: proteger a los hijos, algo puramente biológico que, en nuestro caso, también se extiende al plano emocional. Sin embargo, en esta novela todo parece ser mucho más salvaje y aséptico.

Hay un detalle que refleja la enorme confusión de emociones que padece el personaje: constantemente se refiere a su hijo como "el niño", estableciendo una cierta distancia entre ambos. ¿Por qué crear esta separación emocional si lo que pretende es protegerlo, al margen de cómo lo llame? Porque cree que así será más fácil usar su arma contra él en caso de que las cosas se pongan realmente feas. Es lo único que puede hacer por su hijo: procurarle un final "piadoso" cuando llegue el momento.

Uf.  

Leí esta novela en 2020 —un buen año para leer distopías como esta, ¿verdad?— y créeme, aún me sacude por dentro. ¿Qué clase de ser humano sería si no lo hiciera? Probablemente ninguno, ya que no albergaría humanidad.

Algo que me llamó la atención es cómo el autor establece los diálogos. Básicamente, padre e hijo se comunican con monosílabos, hasta que llega un punto en que sólo hay monólogos carentes de significado. La imposibilidad de hablar sobre el pasado y la incertidumbre del futuro los obliga a centrarse en el desolador presente. El silencio es la norma entre ellos, y su relación se limita a la necesidad de sobrevivir en un mundo sin ley ni moral. En esta situación, abrazar su instinto animal se convierte en la única forma de aferrarse a la vida.

En cierto punto de la novela, tuve reflexiones muy ácidas: ¿será posible que el padre quiera mantener vivo al niño para tener una razón que justifique su propia existencia? ¿Estoy equivocada al creer que el vínculo natural entre un padre y su hijo está por encima de la propia dignidad? ¿Es egoísta este hombre al no darle una muerte piadosa al niño? Luego me cuestioné si yo no haría lo mismo, mantener un mínimo de esperanza y pensar que es importante seguir resistiendo, aunque todo alrededor apunte a lo contrario y que tal vez me encuentre en una encrucijada donde me arrepienta de no haber tomado esa decisión a tiempo.

El estilo de la narrativa aquí juega un papel crucial, porque a pesar de tratar hechos tan dramáticos, uno siente que el texto es rudo, áspero, una bofetada de dolor. Eso me pareció toda una genialidad, porque, de algún modo, tú estás en el escenario; la horrible situación se te adhiere a la piel como una capa de incómodo salitre tras un día de playa, sólo que en este caso el salitre sería un concentrado de las peores emociones que puedas imaginar.

En “La Carretera” todo queda reducido a satisfacer las funciones más básicas, en especial la necesidad de encontrar alimento en un mundo tóxico, donde la tierra es incultivable debido a la ceniza. Tampoco hay animales, que parecen haber abandonado definitivamente la zona, o quién sabe si ya todas las especies se han extinguido. Conseguir agua también es un problema: ¿cómo encontrarla, si todo alrededor sufre una contaminación tan agresiva? Es desesperante.  

McCarthy nos ofrece el retrato más desgarrador de nuestra especie, y viajamos por esa "carretera" impotentes ante cada fatiga, cada dolor, cada desaliento. La supervivencia es la justificación ante tanto desastre, y si tenemos en cuenta que el protagonista lleva consigo a un niño, hace que esta obra sea demoledora para el espíritu, porque tú sientes que ese recorrido, esa carretera, no conduce a ninguna parte: en el futuro no hay absolutamente nada. No hay nada de nada.

La mayor virtud de esta obra es que permite al lector vivir el horror a través de un lenguaje austero, sin grandes recursos estilísticos, y resulta increíble que con tan pocas herramientas McCarthy haya logrado causar tal impacto emocional. Es posible que al terminar de leer la novela estés predispuesto a valorar más el presente, que tengas ganas de llamar a tus padres y decirles que los quieres, y puede que también creas necesario quejarte menos y agradecer más.

No quiero terminar esta reseña sin advertirte que “La Carretera” no es una novela para todos los públicos. Es dura y desgarradora, pero también se trata de una obra genial, una de esas joyas literarias que no deja a nadie indiferente.

Y ahora dime, ¿merece la pena seguir transitando una carretera como esta, o tú apretarías el gatillo sin dudar?


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