III

Hablan tus ojos en esta tarde vacía, entre álamos blancos y nogales desnudos que tiemblan al sufrir la caricia del dios invernal. Cuentan tus ojos la condena que los adormece poco a poco, entre oraciones ciegas y reclamos al verano, intentando avivar el incendio de eróticos bullicios, donde una vez se fundieron tus entrañas y las mías. Traen tus ojos la sentencia de una muerte, como si la tiniebla del desencanto hubiera hincado el diente feroz sobre tu lecho; como si la lluvia del cansancio hubiera inundado la habitación. Lloran tus ojos entre nieves de sensatez. Lloran los míos ante troncos mojados tras el diluvio. Juntos lloramos por no poder prender de nuevo el fuego, por aceptar la tormenta del fracaso. 

 

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