Esta supervivencia


Perdoné el crimen de tu boca, la alevosía de cada beso sin licencia, apurando anocheceres de luciérnagas inquietas. Y mi perdón fue tan honesto, tan profundo y certero, que casi me he olvidado de las miserias de nuestros labios, absorbiéndose con urgente y deletérea intención.

Perdoné la alegría y el ruido, la alborotadora presencia de tus pies en el salón y la fugaz primavera que albergaban tus ojos. Aún no sé cómo pude hacerlo, cómo fui capaz de aparcar el odio y los reclamos del pecho cuando, a voces y rompiendo el mobiliario, juraba que te arrancaría del afecto. Sin embargo, sigues ahí, en el rincón de los amores tibios y los abrazos del arraigo. Ahora sólo me acuerdo del dibujo de tu boca, no de las injurias proferidas; de la risa y la armonía de tus luces, no de la amargura de tus sombras; del vuelo valiente que ofrecían tus pupilas, no de las promesas rotas.
Así es como he logrado sobrevivir.

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