La ciudad de fuego


 

La ciudad de fuego
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Y el amor... El amor acariciaba franco, sin enigmas ni dobleces, igual que la voz de un padre henchido de orgullo. No había contratos ni bienes que separar. No había cuerdas que marcaran los límites. El amor surgía de las entrañas vehemente, criatura alada que no teme ser vista, que no ofrece leyes ni pactos porque sabe que sólo ella da sentido a las cosas. El amor era la pluma y el papel, la sábana y el colchón, el aire y los pulmones. El amor era principio y fin.
Nunca reparé en la belleza de esas cosas. Viví encorsetada creyendo que había que aceptar el destino tal como surgiera, sin cuestionarlo ni prevenirlo. Urgía un cambio en mi manera de pensar, y no porque fuera infeliz, sino porque nunca fui consciente de este hecho.
Me emocionó saber que todo aquello no se trataba de una utopía frágil, que no era el residuo de un onirismo desordenado y azaroso. La ciudad de fuego se alzaba imponente, elevada gracias a un manifiesto de designios cuyo objetivo era volver mejores a quienes cruzaran sus puertas. Y permití que me envolvieran sus llamas, dejé primero que me ardieran los ojos, y luego fueron quemándose la frente, la espalda y el pecho.
Ahora estoy de vuelta, extrañando aquel lugar tan sagrado como maravilloso. Al despertar asimilé que la superficie siempre ha sido producto de mediocres tratados, que abrazamos demasiado tiempo la negación como principio irrefutable sin ser conscientes de que hay mucho más allá. Nos hemos olvidado de que es posible conectar sin una pantalla de por medio, y que nunca está de más echar un vistazo alrededor antes de tomar un rumbo. Extraviamos personas aparte de cosas, y ansiamos respuestas sin formular antes las preguntas pertinentes.
Dejamos que otros eduquen a nuestros hijos, que centren su atención en patrañas y circuitos que se repiten. Y envueltos en una desidia incomprensible, una molesta y pesada, miramos hacia otro lado cuando suceden eventos injustos, excusándonos desde la premisa de no estar siendo partícipes. Sin embargo, forzarnos a la ceguera nos convierte en cómplices. Y es que la sombra sólo se combate con luz.
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Extracto de "La ciudad de fuego", relato disponible en Wattpad:


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